El movimiento «punk», que hizo su aparición en la década de 1970, tenía por divisa estas palabras que proliferaron en las paredes de muchas ciudades: «No futuro». Expresaban la amargura y la decepción de la juventud que perdía la esperanza de tener un futuro, excepto el de «existir sin vivir».
Cincuenta años después, aunque la expresión «no futuro» prácticamente ya no es utilizada, por lo menos queda alguna cosa: una angustia profunda frente a un futuro incierto. Al lado de indiscutibles progresos tecnológicos, ¿qué vemos? Injusticia, desempleo, conflictos sociales, corrupción, terrorismo, droga, enfermedades… Se buscan compensaciones, algo que reanime el corazón y ayude a atravesar las dificultades. ¿Pero, qué? ¡La religión está superada! ¡El materialismo no llena el corazón! Entonces muchos se entregan a locas creencias… ¡falsos caminos que desembocan en desilusiones!
Entonces, ¿no hay futuro, no hay esperanza? ¡Sí, hay un futuro feliz para toda persona que se vuelve a Dios por medio de Jesucristo, un futuro que da todo el sentido a la vida! Dios no ha cambiado desde la época en que se dirigió a Jeremías (versículo de hoy), y no cambiará. Él es verdad, él es amor. Él salva a toda persona que confía en él y lo busca: “Me buscaréis y me hallaréis”, dice el Señor (Jeremías 29:13-14).
Todavía hoy él es el Dios que abre sus brazos para recibir al que está angustiado por el mañana; él quiere darle un futuro de vida.