En una librería, mientras buscaba un regalo para un niño, descubrí un libro de dibujos en tres dimensiones que me intrigó. Las imágenes me parecían sin interés. Un vendedor se acercó a mí: «A eso le llamamos estereogramas: en cada una de las imágenes hay un secreto, pero es preciso estar muy atento para descubrirlo y captarlo visualmente. Si lo encuentra descubrirá una profundidad y un relieve insospechables, con nuevas imágenes».
Esto me hizo pensar en la lectura de la Biblia. La Palabra de Dios contiene tesoros para aquel que se esfuerza en encontrarlos. Si creo que la Biblia es la Palabra de Dios, que es viva y que en ella podemos hallar a Jesucristo mismo, si me tomo el tiempo de leerla y meditar en ella, entonces el Espíritu Santo me revelará sus secretos.
Tomemos un ejemplo del Antiguo Testamento: la historia de José, quien fue vendido por sus hermanos y más tarde se convirtió en el primer ministro de Egipto. En ella solo podemos ver el relato de un héroe, desdichado al principio, pero que tuvo un final glorioso. ¡Hay muchas historias profanas de este tipo!
Pero intente introducir la «clave», es decir, la persona del Señor Jesús, y lo verá aparecer detrás del personaje de José. A través de miles de detalles que concuerdan, el lector que ama al Señor tendrá la sorpresa y el gozo de descubrirlos. Así comprenderá un poco mejor los sufrimientos de Cristo y su gloria futura (lea 1 Pedro 1:11).