Sin duda alguna muchos de nosotros nunca hemos dado falso testimonio en un juicio. Pero en un sentido más amplio, este mandamiento también se refiere al que toma a la ligera sus promesas, o las niega. Se refiere a «la calumnia, la difamación, las mentiras, la exageración deliberada y el maquillaje de la verdad. Podemos dar un falso testimonio si contamos habladurías o las escuchamos, riéndonos de los demás, creando falsas impresiones, no corrigiendo afirmaciones erróneas… mediante nuestras palabras pero también mediante nuestros silencios» (John Stott).
El falso testimonio y la calumnia no solo hieren a nuestro prójimo, sino que deshonran a Dios. El Señor “aborrece… la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente” (Proverbios 6:16-17). David decía a Dios: “Tú amas la verdad en lo íntimo” (Salmo 51:6). El apóstol Pablo declaró: “El amor… no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Corintios 13:4-6).
¿Cómo podemos mejorar en este ámbito? Siendo conscientes de que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34), y que nuestro corazón solo cambia cuando pertenece a Jesús. Si estamos llenos de nosotros mismos, deformaremos la verdad para nuestra conveniencia. Pero si Cristo es el Señor de nuestra vida, su verdad vivirá en nosotros; entonces nuestras palabras serán más verdaderas y bondadosas.