¡Jesús ha resucitado! Este era el gran testimonio de sus discípulos. Algunos de ellos habían estado cerca de la cruz cuando Jesús murió, otros habían huido, pero todos estaban desanimados y tristes ante la constatación de que su Maestro y amigo había muerto luego de un juicio inicuo. Sin embargo, días después, llenos de valentía y gozo, esos mismos discípulos pudieron proclamar por todas partes, a veces poniendo en peligro sus vidas, que Jesús había resucitado.
«Esos testigos de la resurrección de Jesús no pueden haber sido víctimas de una ilusión, y mucho menos haber mentido. El carácter moral de los apóstoles, sus convicciones concretas, las burlas y las persecuciones que sufrían por el hecho de predicar a un Mesías muerto y resucitado, disipan totalmente cualquier suposición de este tipo. Así, los testigos son totalmente dignos de ser creídos, y los testimonios que dieron a la resurrección de Jesucristo, punto central de su fe y de su predicación, son claros, explícitos, unánimes» (C. Barbut).
El punto de partida y el fundamento de la esperanza cristiana no es, pues, una filosofía, sino un hecho establecido (la resurrección de Jesús), extraordinario, que certifica y da testimonio al amor y a la omnipotencia de Dios.
Creyentes, tenemos certezas sobre nuestro futuro porque ya empezó con Jesucristo, el hombre resucitado.