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Conocí a una cristiana mayor, enferma y muy dependiente. Había sido una profesora de idiomas muy activa y había viajado mucho. Ahora, casi sorda y ciega, vivía en casa de unos parientes.
Su buena actitud, su gozo sereno y su fe viva siempre reconfortaban a los que iban a visitarla. Estaba agradecida por los cuidados que recibía y alababa la bondad de su Señor. Se interesaba de forma especial en la vida de los creyentes y en las familias que iban a verla. Oraba por cada uno de esos creyentes durante sus largos insomnios. Expresaba su gozo por haber leído mucho la Biblia durante su juventud. Ahora recordaba capítulos enteros y numerosos himnos.
Durante su juventud había acumulado un capital espiritual, y ahora, que dependía totalmente de los demás, disfrutaba de lo que podríamos llamar «intereses espirituales», lo que también beneficiaba a otros.
El versículo de hoy no solo se dirige a los incrédulos, sino también a los hijos de Dios. El tiempo de la juventud es especialmente propicio para memorizar textos bíblicos e himnos cristianos, los cuales producirán un enriquecimiento interior que durará toda la vida. ¡Es una inversión segura!
“Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos… El que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:22-25).