Este quinto mandamiento, el primero que tiene que ver con las relaciones entre los seres humanos, se refiere a la relación filial. Esta es esencial porque afecta nuestras demás relaciones.
Pero, ¿qué significa honrar? Primeramente respetar, reconocer a los que nos dieron la vida, con mayor motivo si nos criaron, nos cuidaron, nos sostuvieron y nos aconsejaron hasta la edad adulta.
Este mandamiento nos invita a reconocer el lugar único que ocupan nuestros padres en nuestra existencia. Todo esto confiere un peso moral, un valor, que debe producir respeto y gratitud en los hijos, incluso si los padres no siempre estuvieron a la altura de su función, o si, quizás, ni merecen este respeto.
Es una actitud del corazón que se traduce en palabras y hechos concretos: la obediencia cuando somos niños, el respeto a lo largo de su vida, la ayuda y los cuidados cuando nuestros padres son mayores.
Honrar a nuestros padres no significa pensar que todo lo que hicieron estaba bien. Para poder honrar verdaderamente a nuestros padres, si cometieron errores, primero hay que perdonarlos. Dios nos da esta fuerza del perdón cuando se la pedimos. Independientemente de cuál haya sido su conducta, ¡no despreciemos a nuestros padres, respetémoslos y amémoslos, sobre todo en su vejez!
Este mandamiento no exime a los padres de velar a fin de tener una actitud justa y afectuosa que anime a los hijos y los motive a amar y a honrar a sus padres (Colosenses 3:21).