Los israelitas no debían hacer ningún trabajo en el séptimo y último día de la semana, el sábado. Debían reservar ese día para Dios. Ese día era mucho más que una simple pausa en sus actividades: era un día consagrado para alabar a Dios, quien los había liberado de la esclavitud de Egipto (Deuteronomio 5:15). También era una invitación a entrar en el reposo de Dios. Era la señal del pacto de Dios con su pueblo (Éxodo 31:17).
Pero muy pronto olvidaron el sentido del sábado, del día de reposo. Cuando Jesús vino a la tierra, los jefes religiosos habían utilizado este mandamiento para esclavizar al pueblo. Contradijeron fuertemente a Jesús e incluso lo odiaron porque hacía el bien el día de reposo (Mateo 12:12; Lucas 13:16).
Los libros del Nuevo Testamento posteriores a los evangelios muestran que el mandamiento de guardar el día de reposo no es para los cristianos. El apóstol Pablo confirma que los cristianos no deben guardar la liturgia ni los días festivos de los judíos, entre los cuales incluye el día de reposo (Gálatas 4:10; Colosenses 2:16).
Los primeros cristianos se reunían el domingo, el primer día de la semana, para rendir culto a Dios (Hechos 20:7; 1 Corintios 16:2). El séptimo día era la señal de que la creación había sido terminada (Génesis 2:2), el primer día es la señal de la resurrección del Señor Jesús, que inauguró una nueva creación (Marcos 16:9). Solo él puede darnos el descanso que tanto anhela nuestra alma. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).