En Tesalónica, la enseñanza del apóstol Pablo se había vuelto rápidamente una fuente de conflicto para los religiosos de la ciudad, quienes se habían rebelado contra él. En Berea, al contrario, los que conocían el Antiguo Testamento tenían sentimientos más nobles y habían recibido “la palabra con toda solicitud”. No era por credulidad, sino porque cada día comparaban lo que habían escuchado con las Escrituras que poseían. Mediante el Antiguo Testamento, Pablo les demostraba que Jesús era el Mesías prometido. En las Escrituras hallaban la confirmación de lo que el apóstol les enseñaba.
Todavía hoy, cuando se trata del mensaje cristiano, es necesario que los que lo exponen y los que lo escuchan sigan este ejemplo. El siervo de Dios tiene la gran responsabilidad de no dar una interpretación particular ni añadir sus ideas personales a la enseñanza de la Palabra de Dios. Tiene que exponer la Palabra tal como es, con convicción y referencias bíblicas.
En cuanto a los oyentes, siempre deben asegurarse de que lo que oyen es conforme a la Biblia. Ya al principio del cristianismo, los apóstoles hablaban de creyentes que alteraban, falsificaban y torcían las Escrituras (2 Corintios 2:17; 4:2; 2 Pedro 3:16). Hoy, ante la abundancia de doctrinas difundidas por todos los medios, es muy importante que nos esforcemos en conocer la Palabra de Dios y lo que realmente nos enseña.