La epístola a los Hebreos nos habla de creyentes que, después de haber progresado en el conocimiento de Cristo, no veían más la necesidad de leer regularmente la Palabra de Dios. Su amor por el Señor Jesús se había enfriado, las verdades conocidas anteriormente habían sido olvidadas. Habían vuelto al estado de “niños”; necesitaban que las bases de la Palabra de Dios les fuesen enseñadas nuevamente. Se habían vuelto “tardos para oír” (Hebreos 5:11-12).
Este peligro también nos acecha: después de haber pasado por la feliz etapa de nuestra conversión, podemos dejarnos llevar por la pereza espiritual. Esta decadencia puede ser el resultado de la negligencia, de las múltiples ocupaciones, de una falta de amor por el Señor. ¡El mundo ofrece tantas cosas para desviar la mente de lo que es primordial para la fe!
Conformarse con un cristianismo elemental, limitado al perdón de nuestros pecados, no llena el alma del conocimiento de la voluntad de Dios. El cristiano está invitado a recibir la sabiduría y la inteligencia espiritual mediante la Palabra de Dios. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Solo ella puede obrar en nosotros para que andemos “como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:10).
“Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo, porque tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del enemigo” (Salmo 61:1-3).