Jesús, el Hijo de Dios, vino a la tierra para salvarnos. ¿Cómo fue recibido? ¡Nadie lo quiso! “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). Cuando nació, no hubo lugar para sus padres José y María en el mesón; no tuvo una cuna, sino un pesebre (Lucas 2:7). Fue incomprendido y rechazado desde sus primeras palabras en público en Nazaret, la ciudad donde vivía; la gente se sentía incómoda con su presencia. Trataron de deshacerse de él (Lucas 4:29).
Al final de su vida en la tierra todos se unieron contra él: judíos y romanos, Herodes rey de Judea y Poncio Pilato gobernador romano, los jefes religiosos y el pueblo. Todos sabían que Jesús solo había hecho el bien, pero todos pedían su muerte. Los motivos eran diversos: celos por motivos religiosos, envidia, odio, hostilidad, indiferencia… Jesús tuvo que enfrentarse al desprecio, la burla, las calumnias, el odio, la brutalidad de los soldados, los latigazos, la corona de espinas, las bofetadas, los escupitajos… ¡Qué injusticia tan grande contra aquel que no había hecho ningún mal! (Lucas 23:41).
Pero más grave todavía, los hombres se atrevieron a matar al Mesías, el Cristo, el santo Hijo de Dios. Todos, judíos y no judíos, son culpables de este crimen.
Jesús no mostró resistencia, sin embargo dijo: “Pongo mi vida… Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:17-18). Fue por amor que “él puso su vida por nosotros” (1 Juan 3:16).