El amor no tiene precio
“Las muchas aguas no podrán apagar el amor”. ¡Cuán cierto es esto con respecto al amor de Dios! Nada pudo apagarlo y nunca habrá nada que pueda hacerlo. Dios dio a conocer su amor por medio de los profetas, pero a menudo estos fueron rechazados y perseguidos. Entonces nos habló a través de su Hijo muy amado, a quien envió a este mundo. ¡Pero él tampoco fue oído! Al contrario, fue odiado, condenado y crucificado. Sin embargo, el amor de Dios no se apagó.
En la cruz, Cristo soportó de parte de Dios el castigo que nosotros merecíamos debido a nuestros pecados. Dios no se vengó porque rechazamos a su Hijo, sino que lo propuso como Salvador a todos los hombres. Jesús, crucificado, oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). El amor lo movía y lo sostenía. Quería honrar la santidad de Dios y dar a los pecadores el perdón de sus pecados.
“Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían”. En efecto, es ofensivo querer comprar el amor, ¡y cuánto más el amor de Dios! ¡No puede ser comprado a ningún precio! Ese amor se expande libremente del corazón de nuestro Señor sobre toda la humanidad. Todos los hombres en la tierra, ricos o pobres, están en una condición de igualdad: son incapaces de dar algo a cambio del amor divino; sin embargo pueden recibirlo gratuitamente y decir: ¡Señor, ven a mi vida!… ¡Gracias, Señor! Él está esperando esta respuesta a su amor.