Nuestro Señor Jesucristo… se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo.
El Señor mismo
El gran Dios Soberano, creador de los cielos y de la tierra, dispone de un ejército de siervos, los ángeles poderosos que ejecutan su palabra (Salmo 103:20-21). En todas las épocas los ha empleado para intervenir a favor de los creyentes. Por ejemplo, para proteger a Lot del juicio de Sodoma (Génesis 19:1-26) o para liberar a Pedro de la mano del rey Herodes (Hechos 12:1-17).
Pero la obra que nos salva solo podía ser cumplida por el Hijo de Dios. Jesucristo, víctima perfecta, satisfizo la justicia del Dios Santo. “Se despojó a sí mismo… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7-8), “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo” (Hebreos 1:3). La necesidad de la intervención personal del Hijo de Dios, de su encarnación y de su muerte para solucionar el problema del pecado nos muestra la gravedad de este. Y la prueba de su amor por nosotros es el hecho de haberse ofrecido para llevar a cabo esa obra.
Hay otra misión que nuestro Señor no confiará a nadie: llevarnos con él a la casa de su Padre. Entonces podrá manifestar una vez más todo su amor hacia aquellos por quienes dio su vida. Solo entonces su amor divino será satisfecho, cuando al fin se presentará “a sí mismo, una iglesia gloriosa…” (Efesios 5:27).