Gracia o venganza
Caín y Abel fueron los hijos de la primera pareja humana. Por envidia y odio, Caín mató a su hermano. Entonces Dios le dijo: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Génesis 4:10). El asesinato de Abel exigía el castigo, la venganza, la retribución.
La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, fue derramada en la cruz. Hombres malvados crucificaron a Jesús, sin embargo su sangre no habla de venganza, sino de gracia. Todavía hoy podemos escuchar esa voz que da la respuesta divina al pecado del hombre.
En la cruz Jesús, el Hijo de Dios, se ofreció en sacrificio por los pecadores. No quería que los hombres sufriesen la condenación que merecían, sino que fuesen beneficiarios de su gracia. Rechazar o despreciar esta gracia significa permanecer bajo el castigo de Dios.
¿Cómo podemos recibir personalmente esta gracia, ese don? Reconociendo nuestro estado ante Dios y confesándole nuestros pecados mediante una oración sincera. El Señor Jesús dijo: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
Podemos confiar plenamente en Jesucristo, quién murió en nuestro lugar y nos libró de la condenación. La Biblia nos asegura: “La sangre de Jesucristo… nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18-19).