La conversión es dar media vuelta
Saulo de Tarso era un joven erudito judío. Pero no se conformó con acumular un vasto conocimiento de los pasajes bíblicos del Antiguo Testamento, sino que era un hombre de acción, un «militante». Para servir a Dios quería guardar pura la religión judía, y estimaba que debía perseguir ferozmente a los cristianos.
Pero un día, camino a Damasco, encontró a Jesús y su vida cambió totalmente. Reconoció que había estado resistiendo a Dios. Sobre todo comprendió que ese Jesús a quien despreciaba y contra quien luchaba era realmente el Mesías esperado por los judíos, el Hijo de Dios resucitado. Entonces dio media vuelta. Se convirtió y pasó a ser el apóstol Pablo. Lo que antes anhelaba dejó de tener importancia. Y esto, escribe, “por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:8), a quien antes había despreciado.
En el trascurso de los siglos, millones de hombres y mujeres se han vuelto a Jesucristo para recibir el perdón y una vida espiritual nueva. La conversión es un acontecimiento capital para el ser humano, aunque no siempre es tan espectacular como la de Pablo. Se caracteriza por un cambio completo de centros de interés y de comportamiento. El cristiano no trata de justificar sus faltas, sino que las reconoce ante Dios y recibe su perdón. Al mismo tiempo trata de reparar el daño que hizo a su prójimo. Una verdadera conversión no se queda en palabras, sino que es una transformación profunda de todo el ser. Y usted, ¿ya dio ese paso?