¡Es tan pequeño que no cuenta!
A finales del siglo 18, un creyente de una pequeña iglesia escocesa escribió: «Este año fue muy triste. No hubo conversión y ninguna persona fue añadida a la iglesia. Solo el pequeño Robert dijo que se había entregado a Dios. ¡Pero es tan pequeño que no cuenta!». Sin embargo, ese «pequeño Robert», cuya conversión parecía insignificante, era Robert Moffat, quien más tarde fue uno de los primeros misioneros cristianos en ir a África del sur, donde trabajó hasta el año 1870. Tradujo la Biblia a la lengua tswana.
A menudo estamos listos para juzgar la importancia de las personas en función de su apariencia. ¡Dios no actúa así! “No hay acepción de personas para con Dios” (Romanos 2:11). Hacer distinciones entre las personas, juzgar su importancia o estimar su valor según nuestros criterios, es un pecado (Santiago 2:9); es desobedecer la voluntad de Dios, quien manda amar al prójimo como a sí mismo. Cuando estuvo en la tierra, Jesús declaró: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Lucas 18:16-17). Lo que Jesús destaca de un niño es su fragilidad, su simplicidad y su confianza. Volverse moralmente como un niño es la condición, el pasaje obligatorio para acercarse a Dios.