¿Quién no se ha rebelado, al menos interiormente, debido a tantas injusticias que hay en el mundo? ¿A quién no le llama la atención ver tantos sufrimientos, físicos o morales?
La Biblia nos enseña que la principal causa de los males de la humanidad es el pecado. Por medio de él la muerte se introdujo en el mundo.
Es cierto que la mayor parte de las calamidades no son la consecuencia de un pecado concreto, pues alcanzan a inocentes y culpables al mismo tiempo. Pero los accidentes que afectan a algunos, a menudo sirven de advertencia para los demás. Tal drama, tal muerte brutal me recuerda que mañana me puede tocar a mí, que mis proyectos y mis vínculos afectivos se pueden romper repentinamente.
Dios quiere que seamos serios y estemos atentos, para conducirnos a hacernos las siguientes preguntas fundamentales: ¿Por qué estoy en la tierra? ¿Qué hay después de la muerte? ¿No tendré que rendir cuentas de mi vida un día? En efecto, lo más terrible para el incrédulo no es la muerte, sino lo que le sigue, es decir, el juicio de Dios.
No se rebele, no acuse al Creador; al contrario, ¡recuerde su amor! Dios castigó a su Hijo inocente en lugar de los culpables, como usted y yo. Y espera con paciencia que cada uno de nosotros acuda a él para ser salvo. ¿No desea hacerlo ahora?