¡Todos son culpables, pero hay un remedio para todos!
La noción de culpabilidad molesta. Algunas personas hablan de educar a los niños sin emplear la palabra «falta» ni decirles que actúan «mal». Según ellas, así se les evitaría un traumatismo psicológico y se formarían adultos sin complejos.
Pero la Biblia no habla así, pues afirma y demuestra que todo ser humano es culpable. Lo es primeramente ante Dios, a quien desobedeció. Pero muy a menudo también lo es ante sus semejantes. “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). El mal es el mal, y el que lo comete debe ser sancionado de una manera u otra.
Este veredicto divino sería desesperante si el Dios de amor no nos hubiese mostrado su remedio. Dios no soporta el mal, pero ama a cada individuo; a quien confiesa su estado y deposita su confianza en Jesucristo le está asegurado un perdón pleno y definitivo. Dios castigó a su propio Hijo en lugar de todo pecador arrepentido; por lo tanto este es declarado justo y sus faltas son borradas.
Puede ser terrible descubrir la grandeza de nuestra culpabilidad ante Dios, ¡pero recibir su perdón produce un gozo inolvidable y una liberación eterna! El rey David nunca se arrepintió de haber confesado su pecado (Salmo 32), y nos invita a clamar con él: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (Salmo 32:1).